Valer para estudiar es de esas expresiones con doble
lectura, casi como uno de esos elogios envenenados: - Pues si pareces mucho
más joven, estás genial. (Para lo vieja o viejo que eres, ¿no?). “Valer para estudiar” es como los restos de un sistema
educativo que ha querido durante tanto
tiempo que creamos que hay quién no lo vale. Que sobra gente (frase que llegué
a escucharle a un profesor enfadado en mi casi tierna infancia), que cada uno vale para lo que vale.
Hubo un tiempo en que estaba claro: Si valías, a la
universidad, si no, a FP. Y ni te planteabas no ir a la universidad, era lo que
tocaba, el camino normal a seguir para llegar a ser alguien en la vida. Y los otros eran los desganados, los vagos, los que no les iba eso. ¡Qué equivocados estábamos todos! Ahora la vida nos
lo enseña. Ahora los que fueron listos llevan años trabajando, cotizando y
asegurándose un futuro que ya ha llegado. El resto estamos haciendo malabares
con nuestra vida para que no se note que no hemos llegado a nada. Y que puede
que ni lo hagamos.
“Pequeña valiente” es lo más bonito que me han dicho nunca,
y fue un profesor. Y ni siquiera era verdad, pero el hecho de que lo creyera él
a mi me bastó y me hizo creerlo y por ende, serlo.
He tenido más profesores que amigos muy probablemente y
también, la suerte de saber lo que es un buen profesor. Incluso dos. Reconozco
que son casi tres y no porque esté generosa hoy.
Tenía quince años, muchos sueños y más miedo. También, dos profesores que querían que todos
y cada uno de sus alumnos y alumnas aprendieran algo importante cada día. Y me
refiero a importante de verdad. No sé, por ejemplo a hacer una buena tortilla
de patatas en una residencia de estudiantes de Francia, a conocer de dónde viene la expresión “ ser más corto que las mangas de un chaleco“,
a callarse en más de cien idiomas o a no temer ser diferente. Es más,
potenciar que lo fueran. A revelarnos contra lo
injusto con educación.¡Y que maravilla tener quince años y más argumentos que
los de 50! Que mal llevaban la buena educación. Paradójico.
Los buenos profesores son los que me han despertado y
removido algo por dentro. Puedo prometer que me enseñaron y sin libros más que
nadie antes. Ni después. A mí, como a Antonio, también me cambiaron la
vida. No me salvaron de una vida de
agricultora en el campo pero me ayudaron a verme a mí. A creer en mí. Y casi a
quererme.
A día de hoy, más de
diez años después sigo esperando que la
vida nos cruce para poder agradecérselo en persona aunque ellos ya ni
recuerden nuestro particular Club de los
Poetas muertos. El profesor Keating habría envidiado cualquiera de nuestras
escenas de aquel 7 de Enero.
Después crecí y aprendí a no dejarme la piel por nadie,
porque luego tenía que cosérmela yo sola. Pero ese tiempo me enseñó también
mantener la calma. A saber valorar a las grandes personas, a los buenos
maestros. Y a veces, pocas y exquisitas,
me ha vuelto a regalar destellos de luz entre tanto cemento hueco. Han aparecido profesores que hacen un esfuerzo
y se aprenden tu nombre, que te hacen esceribir en Periodismo (algo innédito e infrecuente, por muy extraño que parezca) e
incluso leen lo que escribes. Que ves que se esfuerzan en no criticar demasiado
o hacerlo desde el lado bonito del
respeto y la enseñanza. Que hacen que te
apetezca ir a clase a empaparte de todo lo que saben. Que ¡qué envidia! Que consiguen captar tu atención durante casi
dos horas. Esos a los que te apetece sorprender y que algún día se sientan
orgullosos de ti. Para que 14 años después te los encuentres un día por la calle
y aún tengas las ganas y la necesidad de darles las gracias.
Insisto, pocos pero exquisitios.
Gracias, pequeños valientes, por serlo también.
Firmado: Bego.
Algunos hacen como que leen, Begoña. Igual tampoco conviene fiarse demasiado...
ResponderEliminarNo lo hago... De ahí que me sorprenda, aún más, la intuición de que aquí se hablaba de eso. (¡Se supone que no te debería haber dado tiempo a leer más de tres!)
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