lunes, 18 de abril de 2016

Queridos pocos:

Escribe Muñoz Molina Querido Luis, una carta a un viejo profesor agradeciéndole que  cambiara su vida. Lo hizo al pedirle a su padre que no le sacara del colegio porque “valía para estudiar”. Y todos sabemos quién es y dónde ha llegado Antonio Muñoz Molina.

Valer para estudiar es de esas expresiones con doble lectura, casi como uno de esos elogios envenenados: - Pues si pareces mucho más joven, estás genial. (Para lo vieja o viejo que eres, ¿no?). “Valer para estudiar” es como los restos de un sistema educativo que  ha querido durante tanto tiempo que creamos que hay quién no lo vale. Que sobra gente (frase que llegué a escucharle a un profesor enfadado en mi casi tierna infancia), que  cada uno vale para lo que vale. 

Hubo un tiempo en que estaba claro: Si valías, a la universidad, si no, a FP. Y ni te planteabas no ir a la universidad, era lo que tocaba, el camino normal a seguir para llegar a ser alguien en la vida. Y los otros eran los desganados, los vagos, los que no les iba eso. ¡Qué equivocados estábamos todos! Ahora la vida nos lo enseña. Ahora los que fueron listos llevan años trabajando, cotizando y asegurándose un futuro que ya ha llegado. El resto estamos haciendo malabares con nuestra vida para que no se note que no hemos llegado a nada. Y que puede que ni lo hagamos.

“Pequeña valiente” es lo más bonito que me han dicho nunca, y fue un profesor. Y ni siquiera era verdad, pero el hecho de que lo creyera él a mi me bastó y me hizo creerlo y por ende, serlo.

He tenido más profesores que amigos muy probablemente y también, la suerte de saber lo que es un buen profesor. Incluso dos. Reconozco que son casi tres y no porque esté generosa hoy. 

Tenía quince años, muchos sueños y más miedo.  También, dos profesores que querían que todos y cada uno de sus alumnos y alumnas aprendieran algo importante cada día. Y me refiero a importante de verdad. No sé, por ejemplo a hacer una buena tortilla de patatas en una residencia de estudiantes de Francia,  a conocer de dónde viene la expresión  ser más corto que las mangas de un chaleco“, a callarse en más de cien idiomas o a no temer ser diferente. Es más, potenciar que lo fueran.  A revelarnos contra lo injusto con educación.¡Y que maravilla tener quince años y más argumentos que los de 50! Que mal llevaban la buena educación. Paradójico. 

Los buenos profesores son los que me han despertado y removido algo por dentro. Puedo prometer que me enseñaron y sin libros más que nadie antes. Ni después. A mí, como a Antonio, también me cambiaron la vida.  No me salvaron de una vida de agricultora en el campo pero me ayudaron a verme a mí. A creer en mí. Y casi a quererme. 

A día de hoy, más de diez años después  sigo esperando que la vida nos cruce para poder agradecérselo en persona aunque ellos ya ni recuerden  nuestro particular Club de los Poetas muertos. El profesor Keating habría envidiado cualquiera de nuestras escenas de aquel 7 de Enero. 

Después crecí y aprendí a no dejarme la piel por nadie, porque luego tenía que cosérmela yo sola. Pero ese tiempo me enseñó también mantener la calma. A saber valorar a las grandes personas, a los buenos maestros.  Y a veces, pocas y exquisitas, me ha vuelto a regalar destellos de luz entre tanto cemento hueco.  Han aparecido profesores que hacen un esfuerzo y se aprenden tu nombre, que te hacen esceribir en Periodismo (algo innédito  e infrecuente, por muy extraño que parezca) e incluso leen lo que escribes. Que ves que se esfuerzan en no criticar demasiado o hacerlo desde  el lado bonito del respeto y la enseñanza.  Que hacen que te apetezca ir a clase a empaparte de todo lo que saben. Que ¡qué envidia!  Que consiguen captar tu atención durante casi dos horas. Esos a los que te apetece sorprender y que algún día se sientan orgullosos de ti. Para que 14 años después te los encuentres un día por la calle y aún tengas las ganas y la necesidad de darles las gracias.

Insisto, pocos pero exquisitios.

Gracias, pequeños valientes, por serlo también. 

Firmado: Bego.

2 comentarios:

  1. Algunos hacen como que leen, Begoña. Igual tampoco conviene fiarse demasiado...

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  2. No lo hago... De ahí que me sorprenda, aún más, la intuición de que aquí se hablaba de eso. (¡Se supone que no te debería haber dado tiempo a leer más de tres!)

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