viernes, 14 de octubre de 2016

Del derecho fundamental a la tristeza

Sonríe.
Hoy puede ser un gran día. 
No hay nada imposible. 
Como no sabía que ponerme me puse una sonrisa. 
UF.

Existe un movimiento organizado alrededor de la felicidad que me da verdadero vértigo. Una especie de pseudohippismo del siglo XXI que vende la alegría cual píldora mágica. Personas que enarbolan los sentimientos positivos por encima de cualquier realidad. Y por debajo. Filosofía take away encabezada por Paulo Coelho sobre fondo cuqui.

Estamos encorsetados en una permanente sonrisa que haga sentir bien a nuestro interlocutor. En un eterno y banal diálogo preliminar en el que (casi) siempre respondemos que estamos bien, para que el otro se quede tranquilo y podamos pasar a otra cosa menos importante.

La vida duele. La vida es una mierda la mayoría de veces y como tal, apesta. Nuestros seres queridos se mueren, nos duele la tripa, las muelas, nos dejan y dejamos, no todos los sueños se cumplen, los planes se rompen, los viajes salen mal, te quedas sin entradas para ese concierto que llevas años esperando, hay cosas imposibles, la gente abandona animales, hay ancianos desatendidos en centros sociales, te quedas sin trabajo o aceptas uno porque lo necesitas, la gente tiene que huir de sus casas... El mundo está desequilibrado y no pinta que vaya a arreglarse pronto.

Sin ir más lejos, hoy, el informativo de T5 daba dos noticias seguidas que costaban digerir. La primera trataba sobre la liberación de 21 niñas de las secuestradas por Boko Haram y cito literalmente (todo lo literal que mi memoria me permite y que no me permite la página web de T5) "las que fueran secuestradas hace unos cuantos años"... "aún quedan unas 200 por liberar". No son dos frases muy llamativas, lo sé, pero a mí esa dejadez y falta de precisión me ha dolido lo suficiente. ¿Hace unos cuantos años? ¿En serio? En un país en el que nos obsesionamos con las fechas, que lo contamos absolutamente todo, que somos capaces de celebrar el reencuentro de OT porque hace 15 años desde su emisión, que cada año rememoramos el 11-S (porque a todos y todas nos pilla mucho más cerca Nueva York que Chibok), que cada verano recordamos el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco... ¿Y no somos capaces, en un informativo, de hacer una rápida búsqueda para saber que esas "aproximandamente" 200 niñas están secuestradas desde el 14 de abril de 2014? Sí, coincide (no en el año obviamente) con la fecha del hundimiento del Titanic como mucha gente sí recordará (porque lo del barco también nos pilla muy cerca espacial y temporalmente, claro). Dos años, y ya hemos perdido la noción del tiempo que ellas ya han perdido para siempre. Dos años que no nos cuestan olvidar cuando aún sería posible hacer algo y décadas recordando lo que ya no tiene solución. Somos una especie muy lógica y eficiente.

La siguiente noticia era un especie de mini repotaje doloroso y casi insoportable sobre los niños de Siria que sobreviven a la guerra: sin piernas, sin padres, sin esperanza... Duro. Durísimo.

A cada uno nos duele lo que nos duele y de una forma que no podemos comparar con la de nadie. La vida duele, insisto. Y mucho. Con o sin motivo, queramos o no. Duele. Punto.

Y yo me niego. No quiero formar parte de esa corriente que te obliga a sonreír porque no sabes quien se puede enamorar de tu sonrisa. Arcaditas me da eso. No lo hago desde que tengo uso de razón y no voy a cambiarlo ahora por una cuestión tan absurda como poderosa: no puedo. Y ya no lo intento. Si tengo que llorar, lloro, así de simple y egoísta soy ahora.

No es una cuestión de educación. No es que mi correcto padre me enseñara de pequeña que no hay que mentir nunca, ni que mi valiente madre me adoctrinara para mostrarme tal cual soy. No. Es que, por suerte o por desgracia, crecí sabiendo que la tristeza es una parte esencial de la vida, que es inherente a ella, como lo son la alegría, la lluvia o la necesidad de comer cuando tienes hambre.

No soy una pesimista abandonada a la tragedia y al dolor (aunque casi), si me lo propongo soy capaz hasta de disfrutar de una mudanza (si acaba con una copa de vino sobre una caja de cartón). Lo que no podemos pretender es fingir una eterna positividad con aspiraciones mediocres a ser contagiosa, ni enseñar que la vulnerabilidad es mala, o la tristeza, motivo de vergüenza. No.

Me declaro abanderada de la tristeza. Defiendo nuestro derecho a estar tristes cuando así lo sintamos. No a utilizar esa tristeza para hacer daño, porque eso no es estar triste, es ser mala persona. Yo defiendo la tristeza, la acojo, la dejo estar y cuando llega el momento y ambas estamos preparadas, se marcha. Hay que ser capaces de identificar todo lo que nos pasa, todo lo que sentimos, porque eso también somos nosotros. Es importante que nos dejemos estar tristes, que se lo permitamos a los demás, que nos dejemos llevar y llorar. Es un egoísmo necesario y puro. Es sano permitirnos estar tristes, no lo es querer ocultarlo siempre a toda costa porque no esté bien visto.

La tristeza es así, inconnexa y volátil, no siempre obedece a causas externas o identificables, no siempre está en nuestras manos terminar con ella. Y quien no sepa esto no sabe de qué tristeza hablo. La tristeza aparece de repente, estando en la parada del autobús, en mitad de una conversación o mientras cortas lechuga para la ensalada. La tristeza no pide permiso para entrar e invadirlo todo. Lo hace. Y lo último que necesita quien tiene esa visita es sentirse cuestionado por ello.

La tristeza es necesaria. Existe aunque Mr.Wonderful intente camuflarla con manidos slogans. La tristeza nos dice que algo no va bien. Tiene su función. Nos alerta, nos activa la sensibilidad hasta límites que traspasan el umbral el dolor.

No se trata de regodearse en ella, si se puede evitar. Sólo de dejarse vivir en paz ante su majestuosidad y confiar en que conforme viene, se va. Y si pasado un tiempo prudencial, no lo hace, habrá que echarla o aprender a vivir con ella pero jamás ocultarla porque ignorarla no va a hacerla desaparecer.


Nota al pie: Nueva York está 2104,36 km más lejos de Madrid que Chibok.

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